Imágenes Musicales Clairvision

Alverard tras el Colapso de la Urdimbre

Piso 1
4:45

Leyenda: Secretos de la Atlántida, Libro 17

Época: Crepúsculo de la Ley (Atlántida tardía)

Fecha: Año 39 del Gran Maestrazgo de Gervin

Situación: Alverard, en el norte del condado de Eisraim

Personajes: Lehrmon, Woolly y Szar de la Túnica Marrón

Imagen musical: En la parte final de la epoca atlante, la urdimbre de campos de energia agonizaba. Se colapsó en diversas partes del reino, ocasionando desastrosas emisiones de polución elemental.

En el ano 39 del Gran Maestrazgo de Gervin, los Magos de los Campos de los templos de Eisraim y Lasseera participaron en una operacion de rescate tras la catastrofe de la urdimbre en Alverard.

Pelden, jefe de los Magos de los Campos de Lasseera, les dio instrucciones. “¡Los campos han estado vomitando el Asqueroso Inframundo desde la oscuridad visible!” comenzó a decir el hombre de mediana edad, alto y delgado, con un cariz de asco. "Cieno elemental infecto como lo que apenas podáis imaginar. Esta vez no solo ha hecho que la gente enferme, sino que les ha hecho perder la cabeza. La gente se ha estado masacrando por toda la zona - locura a gran escala. Se golpean unos a otros hasta morir. Estrangulan a sus propios hijos. Se arrojan al rio. Golpean con palos las paredes vivientes de sus casas. Ayer vimos en la ciudad varias escenas horribles: cuerpos mutilados en las calles, gente corriendo en todas direcciones y gritando como si estuvieran en las Cavernas de la Insanidad".

Secretos de la Atlántida 17.8

Con las cabezas cubiertas por las capuchas, marcharon en silencio, a gran velocidad. Szar abría el paso. Woolly le seguía, con Lehrmon al final. Siguieron una senda que ondulaba por los suburbios externos de Alverard, donde eran escasas las casas. Las brumas eran tan espesas y grises que parecía que ese día el Sol hubiera olvidado salir. Los tres hombres apenas podían ver veinte legítimos metros delante de ellos.

“Percibo una presencia”, avisó Lehrmon con el Punto. “En la senda, unos cientos de legítimos metros enfrente nuestro”.

“Un cadáver”, le corrigió Szar.

No tardaron mucho en verlo. Era el cuerpo de un joven, curvado en posición fetal al lado de un roble. Sujetaba en su mano una gran raíz del árbol, como en un desesperado intento de anclarse en el reino.

“No creo que esté completamente muerto”. Lehrmon se preguntó si debían acudir en su ayuda.

“Hay cientos como él. Por todas partes”, Szar dejó claro que no quería pararse (...)

Cuanto más avanzaban, más oscuras y espesas eran las brumas. “¿Llamas a esto brumas? ¡Yo lo llamo puré!” Observó Lehrmon cuando alcanzaron los barrios al sur de la ciudad. “Si continúa empeorando, pronto nos resultará imposible respirar”.

Había muchos más cuerpos en las calles. Era difícil determinar si eran cadáveres o personas tendidas boca abajo, abrumadas por la toxicidad del espacio. Mientras los de la Túnica Marrón cruzaban un puentecillo, cuatro cuerpos se levantaron de un salto y comenzaron a correr tras ellos, gritando con furia. Szar los noqueó al instante desde la distancia, con desconcertante facilidad.

Woolly y Lehrmon intercambiaron una mirada. “¡Se ha hecho peligroso!” Woolly se rascó el bulto de la nariz, pensativo. Empezaba a darse cuenta de la inutilidad de sus armas de piedras blandas si llegara el caso de luchar con Cazadores Nefilim.

Y los gigantes eran todavía peores.

“Estamos llegando a la línea de tierra”, dijo Szar conforme entraban en una calle ancha. “Seguid caminando justo detrás mío”.

La niebla era tan espesa y pegajosa como antes, pero Woolly y Lehrmon enseguida encontraron más fácil caminar. Y respirar.

“¡Aquí todo se nota mucho más ligero!” Lehrmon llenó sus pulmones. “¡Y, mirad, no parece que haya ningún cuerpo!”

“Las personas que vivían aquí han sido protegidas por las buenas vibraciones de la línea, ¿no es así?” preguntó Woolly.

“Lo que significa que tenemos que ser aún más cautelosos”, avisó Szar. “Están dentro de sus casas, vigilándonos”.

Más adelante, se encontraron con cuatro vacas que estaban quietas, justo sobre el trazado de la línea. Los animales procedían de un establo junto a la calle.

“¡Mirad eso!” Woolly se asombró al ver que habían roto las vallas para alcanzar la línea de tierra. “¡Sabiduría animal! ¿Es eso lo que la gente de Alverard debería hacer para protegerse?”

“Excepto que las calles de Alverard estos días no son especialmente seguras. Yo, de ellos, más bien me ocultaría en mi casa”, Lehrmon extendió su mano para acariciar legítimamente uno de los animales, repitiendo mentalmente un verso que todos los niños atlantes aprendían en la escuela, “¡Toca una vaca, borra un pecado!”

“¡Eh!” Szar les paró desde el Punto. “Evitaremos todo contacto con la población”.

Durante más de media hora siguieron la línea de tierra. La calle estaba vacía, aparte de uno o dos cuerpos por aquí y por allí. Nadie les atacó. Nadie les saludó desde las casas. Era como caminar por uno de esos pueblos fantasma que los muertos visitan en la primera parte de su viaje tras la vida, cuando buscan desesperadamente compañía sin nunca encontrarla.

“Ahora nos estamos acercando al templo. Debemos dejar la línea”, les dijo Szar finalmente, y les hizo girar a la derecha hacia un pequeño callejón.

Pronto se hizo mucho más peligroso. La niebla se convirtió en humo muy denso – grisáceo, maloliente, pegajoso, que se adhería a sus ropas, lastimaba sus fosas nasales y contaminaba sus pulmones. Sus hombros estaban pesados con toda la basura elemental que llenaba la oscuridad visible, tenían que abrirse camino paso a paso. Al final del callejón alcanzaron una gran plaza de mercado donde parecía que la muerte hubiera cogido por sorpresa a todo el mundo, juzgando por la forma en que los tenderos se habían colapsado en sus puestos, blandiendo todavía las cosas que estaban pasando a sus clientes.

Secretos de la Atlántida 17.9

Música por: Samuel Sagan

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