Imágenes Musicales Clairvision

Jackson Farell y las Piedras

Piso 1
6:10

Fecha: 2048 DC

Situación: Nueva York

Personajes: Jackson Farell, Luigi Pescator, José Felipe Horta, Boris, Belinda Pescator, James Loeve

Imagen musical: “Jackson”, me dije cuando llegué a aquella reunión, “esto nunca va a funcionar. Estos tipos sencillamente no cuadran entre sí. Todo apunta a un malestar muy intenso. Incluso antes de que nos metamos en el agua”.

Mirando atrás, fue la subestimación de la década.

Sentado en el lado contrario de la especie de mesa redonda estaba Luigi Pescator, el fanático jugador de rol que, por algún motivo, me escuchó en cuanto tuve la idea de buscar las piedras. Fue en un club nocturno virtual, hace nueve meses. Estábamos debatiendo las sorprendentes semejanzas entre las leyendas de Secretos de la Atlántida y Gone Forever.

Lo que siempre me había fascinado eran las piedras blandas que habían empleado los Maestros del Trueno para la transferencia de su Archivo, hace 13.000 años. Todavía eran más fascinantes las piedras que no habían usado. En los templos de Eisraim y Lasseera, se decía que Maryani del Águila Blanca había sembrado una cosecha de piedras blandas de gran calibre, muchas de las cuales únicamente tenían el objetivo de engañar a los Cazadores Nefilim.

“Luigi”, seguí diciendo al ingeniero de submarinos italiano de treinta años, “esas piedras no eran unos guijarros cualesquiera. ¡Eran piedras hermafroditas! Piedras con poderes fabulosos. Y piedras que nunca se disuelven”.

“Así que, en teoría”, Luigi finalmente lo captó, “deberían estar todavía en alguna parte del fondo del océano Atlántico”.

“¡Esperándonos!” aplaudí. El modo en que los Caballeros sellan sus tratos (según otra leyenda).

Era entrada la noche en Milán. Luigi estaba bebido. “¡Vámonos!” decidió. “Te conseguiré una expedición en un año. ¡Palabra!”

Aún era más tarde en Londres. Me reí, “¿Y como encontramos la Atlántida, exactamente?”

Se encogió de hombros, “¡Empieza con los autores de los malditos libros! ¿Dónde está Amar Ben?”

“Traté de localizarle varias veces. Ha desaparecido de la faz del planeta”.

“¿Y Sagan?”

“Falleció hace unos años”.

Vaciando otra copa, Luigi sonrió, “¿Y si te encuentro a un Túnica Marrón vivo?”

Teniendo en cuenta cuanto whisky había bebido, pensé que bromeaba.

Estaba equivocado.

Nueve semanas después, recibí un email de José Felipe Horta de Buenos Aires. Según Luigi, José Felipe Horta era la encarnación de Mairya, Maestro del Trueno. (Luigi nunca revelaba sus contactos). El email simplemente decía:

Su amigo Luigi me ha contado su idea. Si puede llevarme allí abajo, puedo encontrar las piedras.
JPH

¡Oh, mierda!

Contesté el email,

¿Llevarte abajo, dónde?

A lo que JFH respondió:

Basta con que me bajes. Encontraré la manera.

Este tipo alto y rubio de treinta y tantos años era, o completamente arrogante, o un Maestro del Trueno. Nueve meses después, cuando llegué a la reunión de Nueva York, todavía no me había aclarado sobre el particular. El hecho de que siempre llevara un suéter marrón no bastaba para convencerme. De acuerdo que había algo de irreal en sus ojos. Y cuando le mirabas, sentías un cosquilleo extraño sobre la cabeza. Pero, ¿y qué? ¿Quién dijo que Rrosai (que era como él quería que pronunciáramos su nombre) no era más que un hipnoterapeuta con talento?

Sentado a su lado estaba Boris, un secuaz de la mafia rusa que había sufrido dos importantes reconstrucciones faciales, tenía pelo de julio a Navidad y era calvo el resto del año, dos ojos artificiales, orejas biónicas computerizadas, y Dios sabe que más. ¿Boris qué? Nadie lo supo nunca.

En cuanto me enteré que Luigi había involucrado a la mafia rusa, me puse furioso. “Estúpido idiota”, le chillé. “¿Quieres que nos maten, es eso lo que pretendes?”

“¡Tómatelo con calma, hombre!” Luigi, como de costumbre, parecía saber exactamente lo que se llevaba entre manos. “Dime, ¿cómo esperas que encontremos 127 millones de dólares?”

Coste estimado de la expedición.

“¿Pero, por qué estaría la mafia rusa interesada en las piedras blandas atlantes?” Esto superaba mi imaginación.

“¡Eh! ¡Eh!” Luigi sacudió la cabeza como en la leyenda. “No solo piedras blandas – ¡piedras filosofales!”

Me reí entre dientes, “¿Boris cree que realmente va a ser capaz de convertir metales base en oro con las piedras de Maryani?”

“¡Tras hablarle Belinda, quedó totalmente convencido!”

¡Belinda! ¡Dioses, dioses! ¿Por qué tenía que estar Belinda en esto?

Belinda Pescator – su hermana – era, a primera vista, una morena adorable con una sonrisa angelical y todas las cosas buenas que la nanocirugía cosmética pueda ofrecer. ¡Pero vaya molestia! ¡Pero vaya molestia! Realmente difícil de creer.

“¿Y cuál piensas que va a ser la reacción de Boris si las piedras no pueden hacer oro – o si no encontramos ninguna piedra?” pregunté a Luigi, sacudiendo mi cabeza de terror.

“José Felipe Horta es positivo”, Luigi sonrió, “él encontrará las piedras”.

Me mesé el cabello con una mano, la barba con la otra, “Pero y si Rrosai es realmente un Maestro del Trueno. ¿Crees que va a dejar que nos marchemos con la mitad de las piedras?”

La risa de Luigi se intensificó, como si yo fuera un ingenuo. Si una cosa era cierta en esa historia, es que todos intentarían hacerse con todas las piedras.

Lo más preocupante era que yo era el menos indispensable de todos. Luigi sabía como manejar el submarino. Maurice y Burton eran necesarios para pilotar la nave y para la inmersión en las profundidades del mar. Boris aportaba capital, así como James Loeve, el hombre de Wall Street. Belinda trajo a Boris y a James. José Felipe Horta se suponía que se cuidaría de las piedras. Y, caso de que fallara, también habíamos enrolado a Jack Langer, discípulo de Sagan.

“¿Para qué me necesitáis, realmente?” Le pregunté una vez a Luigi medio en broma.

“¡Tú eres el único que puede hacer que Belinda se calle!” replicó Luigi en el mismo tono.

Objetivamente incorrecto. Ni yo ni nadie del planeta había sido nunca capaz de hacer que Belinda se callara. (No tienes ni idea).

Luigi anunció, “Ya que estamos todos aquí, ¡comencemos!”

Mientras me sentaba en la mesa, viendo el disparatado grupo de almas, juntas por primera vez en el mismo lugar físico, la evidencia me golpeó una vez más: “¡Esto, no va, a funcionar, nunca!”

Belinda leyó mi mente. Me dirigió una de sus angélicas sonrisas.

Música por: Samuel Sagan

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